En la tierra de los Andes, donde el sol besa las cumbres y el viento susurra secretos ancestrales, encontré mi refugio. Chile, tierra de contrastes, me acogió con sus brazos abiertos en el año 2017, como un abrazo cálido en medio del frío invierno. Sus paisajes pintados con pinceles de montañas majestuosas y océanos etéreos me robaron el aliento, y en cada rincón descubrí un pedazo de mí misma. Pero incluso en el paraíso, las sombras pueden acechar. Mi alma, como un pájaro enjaulado, empezó a sentir la pesadez de la oscuridad. El trastorno afectivo estacional se abalanzó sobre mí como un lobo hambriento, tejiendo telarañas de melancolía en los rincones más profundos de mi ser. El sol se convirtió en un espejismo distante y el invierno se alojó en mi corazón más tiempo del debido. Sin embargo, en la penumbra, encontré la fuerza para buscar la luz. No me rendí ante la tormenta que amenazaba con arrastrarme. Con valentía, alcé la voz y pedí ayuda, como un eco en el valle de la desesperación. Aprendí a reconocer mis emociones, a nombrar mis sombras y enfrentarlas con determinación. Camino por los senderos de la terapia, donde las palabras se convierten en mis aliadas y los abrazos en mi cobijo. Con cada sesión, tejo una red de apoyo, hilando vínculos que me sostienen como un puente firme sobre aguas turbulentas. Mis lágrimas se convirtieron en la tinta con la que escribo mi historia de resiliencia, y mi corazón herido se convirtió en la fuente de mi fuerza. Hoy miro atrás y veo el camino recorrido. Las montañas, testigos silenciosos de mi lucha, alzan sus picos en señal de respeto. Las olas del océano, que alguna vez reflejaron mis lágrimas, ahora danzan en celebración de mi renovada esperanza. En cada amanecer, encuentro una razón para sonreír, recordando que la oscuridad es solo un preludio para la aurora. Sigo siendo periodista, una venezolana en tierras chilenas, tejiendo historias con las hebras de mi corazón. Mi pluma se ha convertido en un faro que ilumina los rincones oscuros de la mente, llevando consuelo a aquellos que también luchan en la noche. Mi historia es una oda a la resistencia, un poema de redención en medio de la adversidad. Así sigo mi camino, entre palabras y emociones, entre luces y sombras, forjando mi propio destino en esta tierra que me acogió. En cada palabra escrita, en cada sonrisa compartida, encuentro la belleza de la vida, una melodía que sigue resonando en mi ser, recordándome que cada día es una oportunidad para florecer, incluso en los terrenos más áridos.